LA VIDA UNA RESPONSABILIDAD




“LA VIDA UNA RESPONSABILIDAD”

Por Felisindo Rodriguez, con asistencia de IA


En tiempos donde la autonomía personal ha sido elevada a categoría suprema, resulta provocador afirmar que la vida no es un derecho, sino una responsabilidad sagrada. Esta idea, que resuena con fuerza en la tradición judía, no es ajena al cristianismo ni a la espiritualidad schoenstattiana que floreció en los campos de concentración, cuando toda “autonomía” fue negada. Muy al contrario, lo que allí emergió fue una visión más honda: la vida no nos pertenece, pero sí nos compromete.


1. La visión judía: la vida como don y deber

El pensamiento judío parte de un principio esencial: la vida es un regalo divino, y como todo regalo valioso, exige cuidado, gratitud y responsabilidad. No hay en ella un sentido posesivo —“es mi vida y hago con ella lo que quiero”— sino una orientación ética: “he recibido esta existencia, ¿qué debo hacer con ella?”.


El Talmud enseña:

“Quien salva una vida, es como si salvara al mundo entero” (Sanedrín 37a).


Este principio no sólo fundamenta la defensa incondicional de la vida humana, sino que denuncia cualquier intento de justificar su supresión, incluso bajo ropajes de compasión, como sucede en la eutanasia o el suicidio asistido.


2. La tentación moderna: la vida como consumo

Hoy vivimos inmersos en una cultura donde la vida es evaluada con los criterios del mercado: productividad, autonomía, satisfacción. Cuando ya no cumplimos esas “funciones”, cuando nos volvemos dependientes, costosos o improductivos, comienza la presión —a veces silenciosa— para hacernos a un lado.


La historia de Stephanie Packer, relatada en el sitio AishLatino, es alarmante: una aseguradora le negó un tratamiento caro pero le ofreció cubrir su suicidio asistido por 1,20 dólares. ¿Qué dice eso de nuestra civilización?


Este tipo de relato pone en evidencia una lógica perversa: se prefiere la muerte “barata” antes que la vida “costosa”. Pero la vida no se mide en dólares ni en días productivos. Su valor es ontológico, no económico.


3. El cristianismo: una vida ofrecida, no retirada

Cristo no vino a defender la vida por miedo a la muerte, sino a llenarla de sentido hasta la última gota. La cruz no fue el fracaso de la vida, sino su cumplimiento más radical: “Nadie me quita la vida, yo la doy” (Jn 10,18). Allí está el eje: la vida no se retira, se entrega.


San Pablo dirá:

“Ninguno de nosotros vive para sí mismo… si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos” (Rom 14,7-8).


La vida cristiana es vocacional: no se trata solo de “vivir” sino de responder a un llamado que nos trasciende.


4. Schoenstatt y la pedagogía del sufrimiento fecundo

El P. José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, vivió en carne propia esta verdad en el campo de concentración de Dachau. Allí, en medio del dolor, la humillación y la deshumanización, no pidió escapar ni morir, sino ofrecer.


Su frase es elocuente:

“No pedimos que se nos quite la cruz, sino que se nos dé fuerza para llevarla fecundamente.”


En Dachau se fundó un estilo de santidad que no idealiza el sufrimiento, pero tampoco lo evita a cualquier costo. La vida humana —aun bajo opresión extrema— conserva su dignidad inviolable y su potencial redentor. Es allí, en medio de la noche, donde se ilumina con más fuerza el sentido de la vida ofrecida como misión.


5. Hacia una cultura del cuidado y la responsabilidad

Hoy más que nunca necesitamos una cultura del cuidado, donde la vida del anciano, del enfermo, del vulnerable, no sea vista como carga o gasto, sino como presencia que interpela y humaniza.


La espiritualidad judía llama a la compasión activa. La cristiana, a la entrega amorosa. La schoenstattiana, a la transformación del dolor en sacrificio fecundo. Todas coinciden en lo mismo: vivir es una tarea, no un capricho.


Como afirmaba el escritor Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto:


“Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia frente a ella.”


6. Una crítica necesaria, una esperanza firme

Criticar no es condenar, sino despertar. Señalar los peligros del individualismo no es oponerse a la libertad, sino recordarle su sentido más profundo: la libertad existe para amar, no para huir del dolor.

Cada vida es una historia sagrada. No todas serán largas, saludables o exitosas. Pero todas —absolutamente todas— pueden ser fecundas, si son vividas con entrega.


📚 Referencias

Talmud de Babilonia, Sanedrín 37a.

Romanos 14,7-8.

Juan 10,18.

AishLatino: “La vida no es un derecho, es una responsabilidad” Artículo completo

P. José Kentenich, Cartas desde Dachau, Editorial Patris.

Elie Wiesel, La noche.

Juan Pablo II, Evangelium Vitae, 1995.


✨ Conclusión

La vida no se exige: se recibe con gratitud y se devuelve con amor. No se defiende solo con leyes, sino con gestos. No se vive para uno mismo, sino como respuesta a una misión que nos precede y nos trasciende.


Si el siglo XXI quiere recuperar su alma, deberá volver a decir con convicción: la vida es sagrada porque está habitada por un llamado.



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