Sanar lo invisible: el trauma, la palabra y la confesión

Sanar lo invisible:
el trauma, la palabra y la confesión

Por Felisindo Rodriguez

Hay heridas que duelen pero no se ven. Heridas que no han podido expresarse, que se han hecho cicatrices silenciosas en lo profundo del ser.

El psiquiatra José Luis Marín nos ayuda a dar nombre a lo que muchos apenas se atreven a sentir: cuando una vivencia traumática no puede ser verbalizada —por culpa, vergüenza, miedo o ruptura del vínculo—, permanece activa, condicionando la vida interior.

“Las emociones no expresadas no se mueren; se entierran… y aparecen después en peores formas.”
(José Luis Marín, psiquiatra)

El silencio, la no verbalización, es una de las grandes fuentes de sufrimiento. Lo que no se nombra no puede sanar. La herida no sanada, no verbalizada, cicatriza mal y limita el alma, daña nuestro cuerpo y nuestras relaciones.
Se puede vivir con una cicatriz, pero es muy dificil hacerlo con una herida abierta o mal curada.


Cuando hablar libera

Cuando la herida deja de ser muda, cuando alguien —un terapeuta, un confesor, un amigo profundo— escucha y reconoce lo no dicho, algo en la persona comienza a moverse.

Hablar no es solo contar:

  • es darle forma a lo que dolía sin nombre,

  • permitirse sentir lo que antes se evitaba,

  • y construir una identidad nueva, donde el pasado deja de definir al presente.

Marín subraya que la clave no está solo en “entender”, sino en poner en palabras lo impensado, para que la cicatriz se vuelva flexible y el alma vuelva a moverse sin dolor.


La confesión: palabra, perdón, liberación

Aquí entra la confesión católica, un sacramento con una profundidad psicológica inmensa, más allá del rito o la costumbre.

  • Verbalizar lo que duele. En la confesión se pronuncia lo interior: los pecados, las culpas, las heridas. Decirlos en voz alta exige valentía; es romper el silencio que enferma.

  • Reconocer y asumir. Confesar no es solo pedir perdón; es hacerse responsable de lo que uno ha vivido, sin negar ni disfrazar.

  • Recibir la gracia. El perdón no borra mágicamente el pasado, pero introduce una fuerza nueva, una energía espiritual que reordena lo que estaba roto.

  • Restaurar la relación. En el confesionario, el sacerdote escucha en nombre de Cristo. No es solo un interlocutor: es testigo del perdón divino, espacio donde el alma se reencuentra con Dios.

  • Caminar en libertad. Quien ha confesado de verdad siente alivio, ligereza, un nuevo comienzo. No todo se resuelve de golpe, pero algo esencial se desbloquea.


Psicología y espiritualidad: dos caminos que se encuentran

La terapia explora el trauma y ayuda a integrar lo no dicho.
La confesión consagra ese proceso y lo abre a la gracia.

No son caminos paralelos, sino dos dimensiones de una misma búsqueda de plenitud.

Quien ha sufrido daños relacionales suele cargar con culpas que no le corresponden. La terapia le enseña a distinguir, a sanar los vínculos internos; la confesión ofrece la misericordia que restaura el sentido y la esperanza.

Juntas, psicología y fe se completan: una libera la mente, la otra cura el alma.


Palabras del Padre Kentenich

El Padre José Kentenich, fundador de Schoenstatt, comprendía profundamente el vínculo entre sanación interior y amor divino:

“Me pongo enteramente a su disposición, con todo lo que soy y tengo, con mi saber y mi ignorancia, con mi poder y mi impotencia, pero, sobre todo, les pertenece mi corazón.”

Y recordaba que María nos enseña a mirar con los ojos misericordiosos de Dios, a reconocernos amados incluso en lo que más nos duele.

“Dios es una figura paternal que no puede hacer otra cosa más que amarnos indescriptiblemente.”

En esa mirada, el alma encuentra descanso. El perdón no es olvido: es el acto de amor que da sentido al dolor.


No guardes más silencio

Tal vez en tu interior hay algo que no has dicho.
Una herida, un peso, un recuerdo que todavía tiembla.

No lo cargues más solo.
Busca un espacio donde hablar —un terapeuta, un confesor, un corazón confiable— y deja que la palabra haga su obra.

Y si eres creyente, atrévete a volver al confesionario, no como un trámite, sino como un encuentro real con la misericordia.
Habla con sinceridad, entrega tu carga, deja que la gracia toque tu herida.

La confesión puede ser eso: una terapia del alma, donde lo no dicho se libera, la culpa se disuelve y la herida se transforma en testimonio.

No estás hecho para cargar con tu pasado, sino para resucitar en él.


Conclusión:

Sanar no es volver al punto de partida, sino aprender a caminar con verdad.
Cada vez que decimos en voz alta lo que callaba el alma, la herida se ordena y el dolor se vuelve palabra.
En la confesión, esa palabra se hace encuentro: el yo fragmentado se reencuentra con el Amor que no juzga, sino que reconstruye.
No hay terapia más profunda que sentirnos perdonados, ni gracia más transformadora que sabernos escuchados por un Dios que no exige perfección, sino sinceridad.

17.10.2025



Comentarios

Entradas populares de este blog

LA VIDA UNA RESPONSABILIDAD