LOS NIVELES EXISTENCIALES
Trabajo realizado en base a los Niveles de la Realidad de Alfonso Lopez Quintas
por Felisindo Rodriguez & IA

Introducción

Toda vida humana se juega en la tensión entre lo que somos y lo que podemos llegar a ser. No basta existir: necesitamos orientarnos, discernir, dar un sentido al obrar cotidiano. Alfonso López Quintás nos ofrece un mapa para comprender cómo el ser humano puede elevarse o degradarse según la actitud con que se relacione con la realidad. Su teoría de los niveles de la realidad y de la conducta no es un esquema frío, sino un camino de sabiduría: muestra cómo cada vínculo que establecemos —con objetos, con personas, con valores, con Dios— puede nutrir nuestra grandeza o precipitar nuestro envilecimiento.

Este marco no se limita a describir fenómenos: invita a decidir, a optar entre una vida fundada en el respeto, la cooperación y los valores trascendentes, o una vida atrapada por el egoísmo, el dominio y la burla. Cada nivel positivo abre un horizonte de libertad creadora, cada nivel negativo revela el vértigo de la caída. La grandeza del hombre consiste en reconocer esta dinámica, asumir la responsabilidad y optar por el ascenso, porque en ello se juega no sólo la calidad de la existencia personal, sino también la dignidad de toda la humanidad.


Niveles positivos

Nivel 1:
Aquí se sitúa la realidad material, lo que “está ahí” frente a nosotros: cosas, utensilios, bienes poseíbles. Es el nivel de la utilidad, de los medios que facilitan la subsistencia. Su valor radica en ser soporte de la vida, pero queda incompleto si se absolutiza. Vivir sólo en este plano reduce la existencia a consumo y posesión. El desafío es usar este nivel como base, sin convertirlo en meta. Llevar a un ser humano a este nivel lo cosifica, quitandole toda humanidad.

Nivel 2: 

En este nivel lo real deja de ser objeto para convertirse en ámbito: fuente de posibilidades que exigen una relación respetuosa y colaboradora. El vínculo se transforma en encuentro, en juego creador donde ambos —persona y realidad— se enriquecen mutuamente. Aquí aparece el respeto como actitud decisiva, frente al dominio posesivo. Se trata de la dimensión propiamente interpersonal: la persona no es medio, sino fin, y la fecundidad surge del diálogo, el perdón, el amor y la cooperación creadora.

Nivel 3:
La vida humana alcanza su verdad cuando se arraiga en valores que trascienden la conveniencia inmediata: bondad, justicia, verdad, belleza, unidad. Estos valores no son adornos, son principios de realidad. Dotan de orientación estable y de libertad interior, pues liberan al hombre del capricho y del éxito pasajero. Sólo en este nivel el encuentro se vuelve auténtico: sin enraizarse en lo justo y lo bello, el vínculo corre riesgo de reducirse a interés. Aquí se fundamenta la creatividad moral y espiritual del ser humano.

Nivel 4: 

Para López Quintás, la incondicionalidad del valor se garantiza en la relación con el Ser absoluto, personal y trascendente. Dios, como encarnación de la bondad, la justicia, la belleza y la unidad, otorga dignidad inquebrantable a cada persona. Este nivel fundamenta la inviolabilidad de la vida humana y convierte la ética en una exigencia ontológica, no en un consenso relativo. Vivir en este nivel significa religarse a la fuente misma del ser, experimentar que cada persona merece respeto absoluto más allá de su condición.

Clara y Esteban

"Clara recordaba el primer día que vio a Esteban. No había en él nada extraordinario, salvo una sonrisa que parecía guardar una promesa. Era apenas un compañero de estudios, alguien con quien compartir apuntes y un café tibio en la biblioteca. Pero en esa simplicidad se escondía algo más: la sensación de que, al mirarse, ambos estaban siendo invitados a crecer..
Al principio, la vida fue práctica y ligera. Se prestaban libros, se cuidaban en los exámenes, se reían de las pequeñas torpezas cotidianas. Todo era sencillo, como el pan compartido en medio del cansancio. Y, sin embargo, cada gesto iba sembrando una semilla invisible.
Nivel 1

Con el tiempo, descubrieron que no bastaba con darse cosas: comenzaron a darse ellos mismos. Una tarde, cuando Esteban dudaba de su futuro, Clara lo escuchó sin prisa, como si el tiempo no corriera. Esa escucha abrió un espacio nuevo: el ámbito del encuentro. Ya no se trataba de ayudarse para sobrevivir, sino de co-crear algo que los trascendiera. Desde entonces, sus conversaciones tenían la hondura de quienes se saben responsables de la vida del otro. Nivel 2

El destino les presentó pruebas. Esteban perdió un trabajo que había sido su orgullo, y Clara enfrentó la enfermedad de su madre. En esos días, la tentación de la desesperanza estaba siempre cerca. Pero eligieron arraigarse en algo más firme que la conveniencia o el éxito. Se apoyaron en la fidelidad, en la justicia de no ceder a la mentira fácil, en la belleza de sostenerse incluso en la noche. Descubrieron que los valores no son palabras, sino raíces que mantienen en pie aun cuando sopla el viento. Nivel 3

El día de su boda, mientras se tomaban de las manos, Clara y Esteban comprendieron que su amor no les pertenecía del todo. Sentían que algo más grande los había reunido y les pedía custodiar ese don. En el silencio del templo, experimentaron la certeza de que Dios mismo había puesto su morada en ellos. Esa conciencia no los hizo altivos, sino humildes: sabían que cada mañana tendrían que volver a elegirse, volver a cuidar lo sembrado, volver a pedir ayuda al cielo.

Y así vivieron, como quien avanza en el desierto con una lámpara encendida. Cada gesto de ternura, cada palabra de consuelo, cada perdón compartido era una chispa que encendía en su interior la llama de lo eterno. Habían llegado al Nivel 4, donde el amor ya no es sólo suyo, sino participación de un Amor mayor que los sostiene.

Clara y Esteban no eran perfectos. Tenían días de cansancio, discusiones y silencios. Pero algo en ellos permanecía intacto: la certeza de que el verdadero tesoro no era lo que se daban, sino lo que juntos custodiaban. Y en ese misterio se sabían infinitamente afortunados."


Niveles negativos

Nivel –1:
Cuando la relación con el nivel 1 no se equilibra con el ideal de unidad, surge el egoísmo. El otro es reducido a utilidad, a objeto de consumo o instrumento de satisfacción. Se inicia así el proceso de vértigo: la persona deja de ser fin y se convierte en medio. Es la primera caída, marcada por insensibilidad y egocentrismo. 

Nivel –2:
El paso siguiente en el vértigo es la violencia activa: no basta usar al otro, se lo agrede cuando se convierte en obstáculo. El dominio se intensifica y se abre la puerta al desprecio. Aquí la lógica posesiva se transforma en imposición agresiva, que busca someter incluso contra la voluntad del otro.

Nivel –3:
E
l vértigo alcanza un umbral decisivo: el acto supremo de dominio es decidir sobre la vida del otro. Matar se presenta como la culminación del poder absoluto, como posesión total. En este nivel se destruye radicalmente la posibilidad de encuentro, y se cae en el envilecimiento más profundo de la condición humana.

Nivel –4: 

El afán de dominio llega a tal extremo que ni la muerte detiene la actitud de burla. Aquí aparece la vileza de mancillar la memoria de las víctimas, ultrajando incluso sus restos o su dignidad póstuma. Es el goce altanero ante el ídolo caído, el desprecio que rebaja al otro incluso después de aniquilarlo.

Nivel –5: 

La última caída es la oposición directa a la fuente de todo valor: el enfrentamiento blasfemo con Dios. Se niega el fundamento mismo de la dignidad y del bien, cerrando el camino de retorno. Este nivel supone la autodestrucción espiritual, el rechazo radical de la unidad y del amor. Es el abismo definitivo del vértigo.

Javier y Lucía

"Al principio, el amor entre Javier y Lucía parecía una llamarada. Había en ellos una necesidad febril de poseerse, de llenarse con la presencia del otro como quien devora un alimento en medio del hambre. No era ternura, ni paciencia: era ansiedad, deseo de apropiación. Cada encuentro estaba marcado por la urgencia, como si temieran perderse si no se apretaban con fuerza.

Pero pronto la pasión mostró su otra cara. Javier comenzó a ver en Lucía no a una compañera, sino a una pertenencia. “Eres mía”, repetía con una sonrisa que no admitía réplica. Ella, al principio, lo celebraba, creyendo que era señal de amor. Pero poco a poco comprendió que detrás de esas palabras no había cuidado, sino dominio. Así, casi sin darse cuenta, su relación descendió al Nivel –1, donde el egoísmo toma el lugar del encuentro.

El paso siguiente fue inevitable. Javier se irritaba con facilidad, levantaba la voz, exigía explicaciones. Lucía, cansada de humillaciones, respondió con frialdad y desprecio. Los días se volvieron discusiones interminables, noches sin descanso, silencios cargados de resentimiento. Habían caído al Nivel –2, donde el vínculo se convierte en un campo de batalla, en un juego de fuerzas donde gana quien hiere más profundamente.

Un día, en medio de un arrebato, Javier golpeó a Lucía. El silencio posterior fue más insoportable que el golpe: ambos comprendieron que algo irreversible se había quebrado. Ya no era solo desprecio o gritos, era el intento de anular al otro, de decidir sobre su vida. El Nivel –3 había llegado: la sombra del poder absoluto, el gesto que quiere borrar la dignidad del otro como si fuera una mancha molesta.

Lucía lo abandonó. Se fue con lo poco que tenía, buscando salvar al menos un resto de sí misma. Pero Javier no soportó la ausencia. No bastaba con haberla dañado: necesitaba seguir poseyéndola incluso a la distancia. Comenzó a hablar mal de ella, a difamarla entre amigos, a burlarse de sus fragilidades más íntimas. Su odio no respetó ni la memoria de lo que habían compartido. Este era el Nivel –4, el ultraje de la memoria, el goce cruel en mancillar lo que ya no se puede controlar.

Y entonces llegó el último descenso. Javier, en su resentimiento, empezó a odiar todo lo que recordara a Lucía: su fe sencilla, su capacidad de rehacerse, su fortaleza silenciosa. Veía en ello un insulto a su propio fracaso. No solo se burlaba de lo religioso: escupía contra toda idea de bien, contra todo lo que pudiera dar sentido. No lo hacía con argumentos, sino con furia, como un niño que patea la lámpara porque teme a la luz. Había alcanzado el Nivel –5, el abismo del rechazo blasfemo.

En las noches, solo, se atormentaba con preguntas que no sabía formular. Una parte de él aún quería creer que era amado, que podía volver atrás. Pero cada vez que esa voz suave asomaba en su conciencia, la aplastaba con cinismo y rencor. “No hay nada, no hay nadie”, murmuraba entre dientes, como un condenado que insiste en cerrar la última puerta de su celda.

Lucía, en cambio, con la ayuda de otros, fue recomponiendo su vida. No sin heridas, no sin cicatrices, pero con dignidad. Javier quedó atrapado en el vértigo de su caída, víctima de sí mismo, prisionero de la rebeldía contra todo lo que pudiera salvarlo."


El Extasis y el vértigo

Dos parejas, dos caminos.
Clara y Esteban avanzan con pasos sencillos, como quien riega cada día un pequeño jardín. Lo suyo no parece grandioso a primera vista: un café compartido, una mano que sostiene, una palabra de aliento. Pero en lo secreto, allí donde los ojos distraídos no miran, se levanta una arquitectura invisible hecha de respeto, fidelidad y apertura a lo eterno. Son como dos viajeros en el desierto que, en lugar de devorarse mutuamente para sobrevivir, levantan juntos una lámpara que ilumina su andar. Al final, descubren que no caminan solos: la luz que los guía proviene de más alto, y en esa certeza encuentran plenitud.

Javier y Lucía, en cambio, se dejan arrastrar por un fuego oscuro. Lo que empezó como pasión ardiente se volvió ceniza amarga. Allí donde pudo nacer un encuentro, eligieron el dominio. Cada gesto, cada palabra, fue un escalón hacia abajo: del egoísmo al grito, del grito al golpe, del golpe a la burla, de la burla al rechazo de todo sentido. Su historia no se consumió en un solo instante: fue una caída lenta, un vértigo que, paso a paso, los condujo hasta el abismo. Al final, lo que permanece es el eco de un “no” pronunciado contra la vida misma.

En uno y otro caso, la vida revela su verdad:

  • El ascenso es discreto, paciente, casi oculto. Pero construye algo sólido, luminoso, que resiste el tiempo.
  • El descenso es ruidoso, rápido, deslumbrante al principio, pero acaba en la sombra y en la soledad más cruda.

El ser humano se encuentra siempre en esta encrucijada. Puede elegir el vuelo hacia la luz o el vértigo hacia la tiniebla. Cada palabra, cada gesto, cada silencio, es una decisión en ese mapa secreto de los niveles. La grandeza o la ruina no dependen de grandes acontecimientos, sino de la forma en que, día a día, nos atrevemos a encontrarnos con lo real.

29/08/2025



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