El SILENCIO DE DIOS
El Silencio de
Dios
En su obra
*Teología para seglares*, Benoit Pruche aborda un tema profundamente resonante
en nuestro tiempo: la "ausencia y silencio de Dios en el mundo
actual". Este tema adquiere una relevancia especial en una época marcada
por el avance de la ciencia, la secularización y las crecientes crisis de fe.
Pruche explora
cómo, en un mundo dominado por lo material y lo científico, la percepción de la
ausencia de Dios se ha fortalecido. Sin embargo, atribuye esta sensación no
tanto a una realidad objetiva, sino a una desconexión con lo trascendente,
acentuada por la modernidad. En un contexto donde las explicaciones científicas
prevalecen, lo divino se vuelve menos evidente, llevando a muchos a experimentar
un vacío espiritual.
Enfrentar la
aparente ausencia y silencio de Dios requiere una fe perseverante. Pruche
insiste en que la oración y la confianza en la providencia divina son
esenciales para superar estos momentos de oscuridad espiritual. Esta
perseverancia no es una resistencia pasiva, sino un acto activo de fe que
sostiene al creyente en medio de la incertidumbre.
Sin embargo, es
crucial recordar que, aunque Dios pueda parecer silencioso, su presencia se
manifiesta continuamente en nuestras vidas. Cada día, podemos encontrar su mano
en las maravillas de la naturaleza, en la belleza de un amanecer, en la
perfección de una flor o en la grandeza del cielo estrellado. Estos son
recordatorios constantes de su amor y poder, y su creación nos habla de Él sin
necesidad de palabras.
Además, Dios se
hace presente en el amor que recibimos de manera transparente, un amor que
refleja su esencia divina. Cuando experimentamos un amor genuino, desinteresado
y puro, estamos recibiendo un fragmento del amor de Dios, que se manifiesta a
través de quienes nos rodean.
La pregunta que
deberíamos hacernos ahora es la siguiente: ¿Es necesario que Dios nos hable
hoy?.
Si nuestra creencia se basa en que Dios
tiene el control total de nuestra vida, de quienes nos rodean y de nuestros
acontecimientos, es natural que deseemos escuchar su voz en cada instante para
saber qué decir, qué hacer o cómo interpretar cada hecho.
Sin embargo, lo que Dios nos ha dicho a través de los profetas y finalmente a través de su encarnación divina en Jesucristo, es que somos criaturas libres porque hemos sido creados a su imagen y semejanza. Esa libertad debemos asumirla, haciéndonos responsables de nuestras acciones como criaturas independientes. Eso no significa que El se desentienda de su creación. Como Padre amoroso, sigue presente y expectante con el corazón abierto a nuestro llamado.
Dios, en su infinita sabiduría, nos ha hablado de manera definitiva a lo largo de la historia, entregándonos su Palabra eterna, y aunque parezca que hoy no escuchamos su voz, su mensaje sigue vivo y activo cuando lo conocemos, lo meditamos y lo ponemos en práctica.
A lo largo de los siglos, Dios nos ha dado mandamientos y leyes, no para limitarnos, sino para guiarnos hacia una vida de armonía y plenitud.
Aun cuando, en nuestra naturaleza rebelde, hemos ignorado y desobedecido su voluntad, Dios no dejó de acercarse a nosotros. En un acto supremo de amor, se hizo hombre, habitó entre nosotros como hermano y amigo, y nos entregó su última y más sublime revelación: aquellos que creen en Él y viven conforme a su enseñanza tendrán la vida eterna. Así, aunque su voz ya no resuene como antes, su Palabra permanece y se actualiza en cada corazón que la acoge y la hace suya.
Si resumiéramos la importancia de cada concepto expresado por Dios a lo largo
del tiempo, y finalmente a través de su Verbo encarnado, Jesucristo, como valor
positivo para la felicidad del hombre y de la sociedad, el resultado sería el
siguiente:"
1. Amor a Dios sobre todas las cosas (Primer
Mandamiento):
Colocar a Dios en el centro de la vida proporciona propósito, dirección y
sentido, fundamentales para la felicidad personal y colectiva.
2. Amor al prójimo como a uno mismo (Regla
de Oro, Sermón de la Montaña):
Promueve la empatía, la caridad, el perdón, el respeto y la solidaridad, esenciales para la
convivencia pacífica y armoniosa en la sociedad.
3. Humildad y misericordia (Bienaventuranzas,
Sermón de la Montaña):
Fomentan la comprensión y la
compasión, creando un entorno de apoyo mutuo y fortaleciendo los lazos
comunitarios.
4. Paz interior y reconciliación (Sermón de la
Montaña):
La búsqueda de la paz y la resolución de
conflictos son claves para la estabilidad emocional y social.
5. Justicia y equidad (Cumplimiento de la Ley,
Sermón de la Montaña):
Garantizar la justicia y la igualdad es vital para construir una sociedad donde
todos tengan las mismas oportunidades y derechos.
6. Verdad y sinceridad (No mentirás, No dirás
falso testimonio):
La verdad es la base de la confianza y la transparencia en las relaciones
personales y sociales.
7. Fidelidad y respeto en las relaciones (No
cometerás actos impuros, Sermón de la Montaña):
Mantener el respeto en la intimidad, y la fidelidad fortalece las relaciones, especialmente
en el matrimonio y la familia, que son fundamentales para el bienestar social.
8. Respeto por la vida humana (No matarás,
Sermón de la Montaña):
La vida es un derecho fundamental, y su respeto es esencial para la
coexistencia pacífica.
9. Confianza en la providencia divina
(Sermón de la Montaña):
Vivir con fe en la provisión de Dios alivia el estrés y la ansiedad,
permitiendo una vida más plena y serena.
10. Responsabilidad personal y social (No
robarás, No codiciarás los bienes ajenos):
Respetar la propiedad y las posesiones
de los demás fomenta la justicia económica y la paz social.
11. Honra a los padres y a la familia (Honrarás
a tu padre y a tu madre):
El respeto y el cuidado de la familia fortalecen los lazos
intergeneracionales y aseguran el bienestar de la comunidad.
12. Santificación del tiempo y el descanso
(Santificarás las fiestas):
Respetar los tiempos sagrados y de
descanso es clave para el equilibrio entre trabajo y vida personal, lo que
contribuye al bienestar físico y espiritual.
Estos valores,
extraídos del Antiguo y Nuevo Testamento, forman la base para una vida plena y
una sociedad armoniosa. Al vivir de acuerdo con estos principios, se promueve
tanto la felicidad individual como la paz y la prosperidad colectiva.
Después de
repasar cada uno de estos conceptos, nos queda preguntarnos: ¿Qué más queremos
que Dios nos diga? ¿Qué ansias de escuchar nos mantienen en vilo? ¿Qué razón
tenemos para cuestionar a Dios cuando somos sordos a sus mandatos? ¿No será
hora de escuchar y poner en práctica lo que Él nos ha dicho, mas que reclamar
por lo que aún debe decirnos?
Como reflexión
final, se podría decir que la Misa es el ámbito ideal para encarnar este
sentimiento de escucha. En ella se lee la palabra de Dios anunciada, se
reflexiona sobre ella y se recuerda la entrega de Jesús por nosotros en el acto
de la Eucaristía con el Pan y el Vino. Además es un acto comunitario fraterno.
Que nuestro
tiempo sea un tiempo de hacer realidad en nuestras vidas y en las vidas de
otros la Palabra de Dios.
**Felisindo
Rodriguez**
*Agosto 2024*

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