Cosmogonía Unificada: Bajo una perspectiva Schoenstattiana.
Por Felisindo Rodriguez, asistido por IA.
Introducción
En un intento por comprender el universo y nuestra existencia dentro de él, en este trabajo desarrollamos la idea de una cosmogonía unificada que, apartándose de un pensamiento mecanicista, integra dos ideas fundamentales:
- Todo lo existente puede describirse en términos de energía, manifestada en formas como materia, radiación y campos cuánticos, según lo descrito por la física general y la física cuántica.
- Dios existe como creador de todo, manifestándose a su creación a través de la acción de su palabra y el poder que emana de Él.
Trataremos de reconciliar la ciencia con la espiritualidad, además de destacar el valor de las religiones como puentes para que el ser humano, con su necesidad de que lo tangible se conecte con lo divino, encuentre sentido y conexión. En esta visión, la espiritualidad del Movimiento de Schoenstatt, fundada por el Padre José Kentenich, ofrece una guía especial a través de la Alianza de Amor con María, que nos invita a vivir en sintonía con Dios Padre y a descubrir el propósito de nuestra existencia.
La Energía como Elemento Primordial del Universo
Todo lo existente en el universo observable —materia, radiación, interacciones— puede describirse en términos de energía, manifestada en diversas formas según la física general y la física cuántica. La física general describe sus manifestaciones macroscópicas, como las órbitas planetarias o las fuerzas que rigen las estrellas. La física cuántica, por su parte, revela su comportamiento en niveles fundamentales, donde fenómenos como el entrelazamiento o la influencia del observador sugieren una realidad interconectada. Ambas perspectivas son complementarias, describiendo la misma energía en diferentes escalas.
Nuestra comprensión del origen del universo se centra en el Big Bang, el evento que marca el inicio del tiempo, el espacio y la materia tal como los conocemos. Según la ciencia, hace aproximadamente 13.800 millones de años, un estado de densidad y temperatura extremadamente altas, posiblemente una singularidad, dio lugar a una expansión que formó el cosmos. Sabemos que esta expansión continúa, que la radiación cósmica de fondo es un eco de aquel evento y que las leyes físicas comenzaron a definirse en fracciones de segundo posteriores. Sin embargo, lo desconocido persiste: ¿qué causó el Big Bang? ¿Existía algo antes? La ciencia no puede responder estas preguntas, pero esta cosmogonía propone que Dios, como consciencia eterna, pudo ser la fuente del Big Bang, manifestando su creatividad en el origen del universo. Lo conocido y lo desconocido convergen en esta energía, que trasciende nuestra comprensión pero se revela en la estructura del cosmos. Como afirmó el Padre José Kentenich: “El buen Dios ha entrado en una Alianza de Amor con sus criaturas... Nuestra tarea es hacer que el mundo sea consciente de esta alianza de amor”. Esta Fe Práctica en la Divina Providencia, central en la espiritualidad de Schoenstatt, nos invita a ver el universo como una manifestación del plan amoroso de Dios, donde cada evento, desde el Big Bang hasta la evolución de la vida, refleja su voluntad creadora.
Dios como Fuente y Conciencia de la Energía
Dios, como consciencia primigenia, es la fuente y origen de lo creado. En esta cosmogonía, Dios es la consciencia que impregna todo lo existente, dotando a la creación de inteligencia y propósito. Como creador, Dios da forma a esta energía primordial a través de lo que las tradiciones espirituales han llamado el "verbo" la palabra. Este "verbo", lejos de ser simplemente una palabra o sonido, puede compararse metafóricamente con las leyes físicas y matemáticas que estructuran el universo, como las constantes universales o las ecuaciones que describen el Big Bang. Es un principio organizador, una intención divina que transforma el caos inicial en un cosmos ordenado. En la espiritualidad de Schoenstatt, este principio se refleja en María, quien, como Madre y Educadora, colabora con Dios para guiar a la humanidad hacia su propósito divino. Como expresó el Padre Kentenich: “Quien se entrega y consagra a la Santísima Virgen puede esperar una bendición inconmensurable de Dios”.
El poder que emana de Dios es la fuerza dinámica que impulsa la evolución del universo. Este poder se manifiesta en la formación de galaxias, en la emergencia de la vida y en la capacidad de los seres conscientes para reflexionar sobre su propia existencia. Es la energía que permite que el universo no sea estático, sino un sistema en constante transformación, donde cada proceso —desde la fusión nuclear en las estrellas hasta el latir de un corazón humano— refleja la creatividad divina. En este contexto, María, como la “Madre Tres Veces Admirable” de Schoenstatt, actúa como mediadora que nos conecta espiritualmente con la divinidad, educándonos para vivir en armonía con el plan de Dios.
La Unidad de lo Material y lo Espiritual
Esta cosmogonía elimina la dicotomía entre ciencia y espiritualidad. La energía descrita por la ciencia es la manifestación tangible del poder divino, mientras que la conciencia, el propósito y la experiencia espiritual son reflejos de la inteligencia de Dios. Fenómenos cuánticos, como la no localidad o el colapso de la función de onda influido por la observación, podrían interpretarse en esta cosmogonía como reflejos de una conexión profunda entre la creación y la conciencia divina, aunque la ciencia no aborda esta dimensión espiritual.
Esta cosmogonía propone que el universo tiene un propósito inherente: ser un escenario para la exploración de la creatividad divina. Cada forma de existencia, desde las partículas más pequeñas hasta los seres conscientes, es una expresión de esta energía divina en busca de autoconocimiento. Los seres humanos, en particular, ocupan un lugar especial al poseer la capacidad de reflexionar, crear y buscar significado, lo que los convierte en espejos de la conciencia divina. La pedagogía de Kentenich, que busca formar personalidades firmes y libres, refuerza esta idea al guiar a las personas hacia una vida en Alianza con Dios y María, fomentando un compromiso activo con el mundo. Como dijo Kentenich: “Nuestra meta educativa es clara: formar personalidades firmes y libres que vivan vidas santas en medio del mundo moderno”. Esta formación nos capacita para descubrir nuestro “Ideal Personal” y vivir plenamente como reflejos de Dios.
El Rol de las Religiones: Puentes hacia lo Divino
Las religiones, en su diversidad, son respuestas humanas a la necesidad de conectar con esta energía divina. El ser humano, con su naturaleza sensible y su inclinación hacia lo tangible, busca medios concretos para relacionarse con lo trascendente. Las religiones ofrecen rituales, símbolos, narrativas y prácticas que hacen palpable lo inefable, sirviendo como puentes entre la experiencia humana y la realidad divina. En el Movimiento de Schoenstatt, la Alianza de Amor con María, sellada en el Santuario, es un ejemplo poderoso de este puente. A través de esta alianza, los fieles se consagran a María, ofreciendo sus esfuerzos y oraciones como “aportes al capital de gracias” para transformar el mundo, como explicó Kentenich: “Nada sin Ti, nada sin nosotros”.
Cada tradición religiosa refleja un intento de interpretar y acercarse a esa consciencia primordial que llamamos Dios, Abba, Padre. Los rituales, como la oración, la meditación o los sacramentos, son herramientas que canalizan la experiencia sensible del ser humano, permitiéndole sentir la presencia divina a través de lo físico: el sonido de un canto sagrado, el aroma del incienso, el tacto de un objeto ritual. Estas prácticas no son meros formalismos, sino vehículos que responden a la necesidad humana de anclar lo espiritual en lo cotidiano. En Schoenstatt, el Santuario se convierte en un lugar donde María, como “Madre y Educadora”, acompaña a los fieles en su camino hacia Dios, haciendo tangible la energía divina.
Además, las religiones ofrecen marcos éticos y narrativas que dan sentido a la existencia. En esta cosmogonía, las enseñanzas de las religiones no son opuestas a la ciencia, sino complementarias. Mientras la ciencia explora las leyes de la energía divina en el plano material, las religiones buscan comprender su propósito y su relación con la conciencia humana. Por ejemplo, la idea cristiana del "Verbo" como principio creador resuena con la noción de un orden cósmico subyacente, y con la idea de una energía primordial que permea todo. En Schoenstatt, esta conexión se vive a través de la espiritualidad mariana, que ve a María como la “Gran Misionera” que transforma el mundo desde el Santuario.
La Experiencia Sensible y la Búsqueda de lo Divino
La necesidad humana de lo tangible no es una limitación, sino una fortaleza. Nuestra capacidad para percibir el mundo a través de los sentidos nos permite encontrar a Dios en lo cotidiano: en la belleza de la naturaleza, en la conexión con otros seres, en los momentos de introspección profunda. Las religiones, al proporcionar rituales y símbolos, honran esta necesidad, transformando lo abstracto en algo accesible. Un rosario, una oración o un altar son puntos de contacto que hacen que la energía divina sea comprensible y cercana. En Schoenstatt, la consagración a María en el Santuario y la práctica de la Fe Práctica en la Divina Providencia permiten a los fieles experimentar esta cercanía, confiando en que Dios actúa a través de los acontecimientos de la vida.
Esta cosmogonía también reconoce que la búsqueda de Dios no es uniforme. Cada cultura, cada individuo, encuentra su propio camino hacia lo divino, guiado por su contexto, sus experiencias y su sensibilidad. Las religiones, lejos de ser excluyentes, son expresiones diversas de una misma verdad: que la energía que constituye el universo es, en esencia, una manifestación de Dios, y que los seres humanos, como parte de esa energía, están llamados a descubrir su conexión con ella.
Conclusión: Un Universo de Propósito y Conexión
Esta cosmogonía unificada nos invita a ver el universo como una danza de energía divina, ordenada por el verbo y sostenida por el poder de Dios en un acto de amor. La ciencia y la espiritualidad no son opuestas, sino aliadas en la exploración de esta realidad. Las religiones, por su parte, son puentes esenciales que permiten al ser humano, con su naturaleza sensible, acercarse a lo divino a través de lo tangible, encontrando propósito y conexión en un cosmos que es, en última instancia, una expresión de amor y creatividad. La espiritualidad de Schoenstatt, con su énfasis en la Alianza de Amor y la Fe Práctica en la Divina Providencia, nos guía a vivir esta conexión de manera concreta, transformando nuestras vidas y el mundo en colaboración con María.
Al reflexionar sobre esta visión, podemos vivir con un sentido renovado de maravilla y responsabilidad. Somos parte de una energía consciente que trasciende nuestra comprensión, pero que se nos revela en cada rincón del universo y en cada momento de nuestra existencia. Las religiones, con su riqueza y diversidad, nos guían en este viaje, recordándonos que, al buscar a Dios, también nos encontramos a nosotros mismos. Como dijo el Padre Kentenich: “Dios también requiere, en la reorganización del mundo actual, nuestra cooperación esclarecida y poderosa”.
27/07/2025
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