El antisemitismo: su verdadera raíz

El antisemitismo: su verdadera raíz
por Felisindo Rodriguez

24/10/2025

Introducción

Pocos fenómenos humanos resultan tan desconcertantes como el antisemitismo. A lo largo de más de tres milenios, el pueblo judío ha sobrevivido a exilios, persecuciones, difamaciones, pogromos y un genocidio industrializado. Ninguna otra nación ha sido tan persistente en su identidad ni tan odiada por su sola existencia. ¿Por qué?
La respuesta habitual apela a explicaciones psicológicas o sociológicas: teorías conspirativas, sesgos cognitivos, manipulación mediática. Pero esas razones, aunque ciertas en su superficie, no tocan el fondo del misterio. El antisemitismo no nace solo del miedo o de la ignorancia: nace de una herida espiritual, de un rechazo a la idea misma de elección y trascendencia.


El pueblo que incomoda al mundo

Desde los primeros textos bíblicos, Israel aparece como un pueblo llamado a una misión: ser “luz de las naciones” (Isaías 49,6). Esa elección no implicaba privilegio, sino responsabilidad. Sin embargo, a los ojos del mundo, que confunde elección con favoritismo, ese llamado divino fue percibido como una ofensa.
El judío no fue odiado por lo que hizo, sino por lo que representaba: la prueba de que Dios interviene en la historia y que la moral humana no se funda en la fuerza sino en la fidelidad.

El hombre moderno, orgulloso de su autonomía, no tolera la idea de que el sentido pueda venir de fuera de sí. Por eso el pueblo judío —testigo incómodo de la Alianza— se convierte en blanco de resentimiento. Su mera existencia recuerda que la historia tiene dirección, que el bien y el mal no son relativos, y que la fe puede sostener una civilización entera.


La envidia del sentido y del mérito

A esa raíz espiritual se suma otra, más visible: la envidia del talento y la perseverancia.
El pueblo judío ha hecho de la educación, el trabajo y la memoria sus pilares. Desde la Edad Media, donde se los marginó de la tierra y los oficios, transformaron la palabra, el comercio y la ciencia en espacios de excelencia. Allí donde fueron excluidos, construyeron cultura y conocimiento.

Los datos son contundentes: aunque los judíos representan apenas el 0,2 % de la población mundial, han recibido más del 20 % de los premios Nobel. En física, nombres como Albert Einstein, Niels Bohr, Richard Feynman, Murray Gell-Mann y Eugene Wigner marcaron el rumbo de la ciencia moderna. En medicina, Paul Ehrlich, Albert Sabin y Gertrude Elion salvaron millones de vidas. En economía, Milton Friedman, Paul Samuelson y Robert Aumann transformaron la teoría económica contemporánea.

Detrás de esos nombres hay una cultura que venera el estudio, cuida la familia y concibe el saber como forma de alabanza a Dios. El estudio del Talmud no es mera erudición, sino ejercicio espiritual. La casa judía es escuela, y el trabajo, vocación.

Esa ética del esfuerzo y de la fidelidad genera un perfil que el hombre mediocre —o el sistema que necesita masas dóciles— no soporta. Es más fácil difamar que imitar, destruir que aprender. Así nacen las teorías conspirativas, la caricatura del banquero codicioso o del manipulador oculto: proyecciones del resentimiento humano frente al éxito ajeno.


Cristianismo y autocrítica

Como cristianos, no podemos olvidar que Jesús, María, los apóstoles y los primeros discípulos fueron judíos. La fe cristiana brota de esa raíz. Sin embargo, la historia de la Iglesia no está libre de sombras: durante siglos, se alimentaron prejuicios que desembocaron en persecuciones.
Superar el antisemitismo no es solo cuestión de educación o tolerancia; es una tarea de conversión interior. Implica reconocer que la elección de Israel no contradice la fe cristiana, sino que la fundamenta. Quien desprecia al pueblo judío, desprecia la historia concreta donde Dios decidió revelarse.


Conclusión: reconciliarnos con el misterio

El antisemitismo es, en el fondo, una rebelión contra el misterio de la elección divina. Odiar al pueblo judío es odiar la posibilidad de que exista un sentido que no controlamos. Es el mismo impulso que llevó a Caín a matar a Abel: la envidia de quien no soporta la mirada de favor sobre el otro.
Pero el Dios de Israel no elige para excluir, sino para convocar. La elección no es privilegio, es servicio; no es superioridad, es fidelidad.

Mientras el mundo viva comparando en lugar de comprender, compitiendo en lugar de colaborar, el antisemitismo seguirá reapareciendo bajo nuevos disfraces.
Solo cuando aceptemos que cada pueblo, cada persona, tiene una misión única en la historia, podremos empezar a sanar esta herida milenaria.
Y reconocer —como católicos, como hombres de fe y de ciencia— que en el destino del pueblo judío late todavía la promesa de un Dios que no se arrepiente de sus dones ni de su llamada (Romanos 11,29).


Bibliografía comentada

  1. Biale, David (2017). Jewish Power: A Guide to Jewish Influence in the Modern World. Princeton University Press.
    Obra clave que explica cómo la influencia judía no se basa en conspiraciones sino en la centralidad del conocimiento, la educación y la red comunitaria.

  2. Kertzer, David I. (2001). The Popes Against the Jews: The Vatican’s Role in the Rise of Modern Anti-Semitism. Knopf.
    Analiza con rigor histórico cómo ciertos discursos cristianos contribuyeron al antisemitismo europeo, y cómo el Concilio Vaticano II inició su superación.

  3. Nirenberg, David (2013). Anti-Judaism: The Western Tradition. W. W. Norton.
    Fundamental para entender cómo el “antijudaísmo” antecede al antisemitismo moderno y se incrusta en la mentalidad occidental como estructura de pensamiento.

  4. Anti-Defamation League (2023). Audit of Antisemitic Incidents. ADL Reports.
    Fuente estadística actual sobre el aumento global de actos antisemitas y su relación con la desinformación y el discurso digital.

  5. Wiesel, Elie (1995). All Rivers Run to the Sea. Knopf.
    Memorias del sobreviviente del Holocausto que muestran el poder espiritual del pueblo judío para seguir creyendo y creando después del horror.


Adendum:

Biale, David (2017). Jewish Power: A Guide to Jewish Influence in the Modern World. Princeton University Press. Resumen

 David Biale es uno de los historiadores judíos más lúcidos al analizar el poder y la influencia judía sin recurrir a lecturas conspirativas ni apologéticas. En Jewish Power: A Guide to Jewish Influence in the Modern World (Princeton University Press, 2017), su tesis central es que el poder judío no es material en el sentido clásico (territorio, ejército o riquezas acumuladas), sino cultural, simbólico y relacional, sustentado en la inteligencia colectiva, la ética del estudio y la cohesión comunitaria.

1. El poder como supervivencia moral

Biale sostiene que el pueblo judío, históricamente marginado del poder político, redefinió el concepto de poder como una forma de supervivencia moral e intelectual. En lugar de dominar imperios, se concentraron en dominar el saber: la ley, el texto, el lenguaje, la interpretación.
Esto creó una cultura donde la autoridad residía en el conocimiento, no en la fuerza. El Talmud, con su sistema de debate constante, formó una mente colectiva entrenada para la argumentación, la lógica y la adaptación.


2. Educación como estructura de poder

Para Biale, el estudio de la Torá no fue solo un acto religioso, sino una institución social del conocimiento. La alfabetización temprana generalizada entre los judíos —siglos antes que en el resto de Europa— generó una élite intelectual distribuida, lo que explica su desproporcionada presencia en ciencia, medicina, filosofía, arte y finanzas.
No hay magia ni conspiración: hay una cultura que sacraliza el aprendizaje y la excelencia.


3. Red comunitaria y capital simbólico

El judaísmo desarrolló redes transnacionales mucho antes de la globalización moderna: comerciantes, rabinos y académicos conectaban comunidades desde Babilonia hasta España.
Biale habla de un poder en red, una estructura flexible sin centro único, donde la solidaridad interna y el apoyo mutuo —educativo, económico y emocional— crearon un modelo social resistente a la persecución.


4. La paradoja moderna

En la modernidad, al integrarse en los Estados nacionales, los judíos trasladaron ese poder simbólico a las instituciones de la sociedad civil: universidades, medios, ciencia, derecho, arte, filantropía.
Biale señala que esto despertó admiración y resentimiento. La envidia del talento colectivo fue tergiversada por el antisemitismo, que reinterpretó esa influencia como manipulación. Pero en realidad, dice Biale, es el poder del mérito y la educación, no de la dominación.


5. Poder espiritual y responsabilidad ética

Por último, Biale enfatiza que el verdadero poder judío es ético, no instrumental: la convicción de que el conocimiento obliga, que quien tiene sabiduría debe usarla para mejorar el mundo (tikkun olam).
De allí surge una de las mayores paradojas: un pueblo sin armas, sin tierra durante siglos, sin reyes ni ejército, que sin embargo moldeó las ideas modernas de justicia, ciencia, educación y memoria.



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