Entre el ser y el hacer: el equilibrio como plenitud
"Byung-Chul Han vs Hannah Arendt"
por Felisindo Rodriguez
24/10/2025
¿Alguna vez te has preguntado qué tienes que hacer para ser feliz? En ese instante —diría Byung-Chul Han— ya has caído en la trampa. La trampa de la acción sin pausa, del rendimiento como religión y de la hiperactividad como nueva forma de servidumbre. Pero al otro extremo, Hannah Arendt nos recordaría que el sentido de la existencia humana se expresa justamente en el hacer: en la capacidad de iniciar, construir y dejar huella en el mundo. Dos pensadores que, con casi un siglo de distancia, parecen discutir sobre el alma del tiempo que compartimos.
Byung-Chul Han: el silencio frente al ruido del mundo
Byung-Chul Han, filósofo surcoreano radicado en Alemania, ha dedicado su obra a desmontar los mitos del progreso y la eficiencia. En La sociedad del cansancio (2010), describe una época donde el ser humano ya no está oprimido por un poder externo, sino por sí mismo: somos víctimas de nuestro propio mandato de producir, mejorar, demostrar. Ya no obedecemos a un amo, sino al imperativo interior del “puedo hacerlo todo”. Pero esa libertad aparente es una prisión invisible que agota la mente y fragmenta el alma.
En Vida contemplativa. Elogio de la inactividad (2023), Han propone un gesto radical: detenerse. No como renuncia, sino como afirmación de lo esencial. La inactividad no es vacío, sino apertura a la presencia. Solo cuando dejamos de intervenir compulsivamente en el mundo podemos percibirlo, amarlo, comprenderlo. Han revaloriza el pensamiento, la escucha, la contemplación, el estar sin finalidad. En un mundo que confunde movimiento con vida, su propuesta es casi subversiva: ser antes que hacer.
Hannah Arendt: el sentido de la acción
Para Hannah Arendt, sin embargo, la condición humana se define precisamente por la acción. En La condición humana (1958) distingue tres modos de vida: el laborar, ligado a la necesidad; el trabajar, orientado a la creación de objetos duraderos; y el actuar, propio de la libertad y la política. Es en la acción —en el encuentro con otros, en el espacio público, en el compromiso con la historia— donde el ser humano se revela plenamente.
Arendt desconfía del repliegue contemplativo. No lo desprecia, pero lo considera insuficiente: la vida del pensamiento sin acción corre el riesgo de volverse estéril, ensimismada. Frente al aislamiento moderno, su apuesta es la natalidad: la capacidad de comenzar algo nuevo. Cada acción humana tiene la potencia de fundar un mundo. En tiempos donde el individuo se diluye en la masa o se consume en la productividad, Arendt rescata la dignidad del hacer con sentido, del actuar en libertad, del compromiso con lo común.
El equilibrio: plenitud como unión del ser y el hacer
Ambas visiones, lejos de excluirse, se completan. Han nos enseña a detenernos para recuperar el alma; Arendt, a actuar para encarnar el sentido en el mundo. Uno advierte el peligro de la hiperactividad sin interioridad; la otra, el riesgo de la interioridad sin mundo. El equilibrio entre ambos no promete la felicidad —ese término frágil, tan volátil como la emoción que lo sostiene—, pero sí la plenitud: el estado donde el ser y el hacer se encuentran.
Plenitud es actuar desde la quietud interior. Es pensar antes de intervenir, pero no refugiarse en el pensamiento para huir del compromiso. Es contemplar el mundo con amor, y luego construir algo que lo exprese. Solo desde esa unión el hombre deja de ser un engranaje del rendimiento o un espectador pasivo, y se convierte en artífice de su destino.
Ser y hacer no son opuestos: son dos respiraciones de la misma vida. Quien solo hace, se agota; quien solo es, se disuelve. Pero quien es mientras hace, y hace desde el ser, experimenta la coherencia interior que la filosofía llama sabiduría, y la espiritualidad, paz.
Conclusion:
La meditación cristiana toma este principio, no buscando vaciar la mente, sino habitar el silencio con la plenitud de la presencia de Dios.
Es un retorno al centro, allí donde el alma y el cuerpo se reconcilian. No se trata de dejar de hacer, sino de hacer desde otro lugar: desde la conciencia de que cada acto, por mínimo que sea, puede ser expresión del amor y de la presencia de Dios.
En esa práctica silenciosa el cristiano descubre que la plenitud no se busca fuera, sino que se revela dentro. La contemplación nutre la acción, y la acción encarna la contemplación. Ambas dimensiones, unidas, transforman la vida cotidiana en una oración viva, donde el ser y el hacer dejan de oponerse y se funden en un mismo movimiento interior: el de una vida que actúa desde la paz y ama desde el alma.
Bibliografía
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Han, Byung-Chul. La sociedad del cansancio. Herder, 2010.
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Han, Byung-Chul. Vida contemplativa. Elogio de la inactividad. Taurus, 2023.
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Arendt, Hannah. La condición humana. Paidós, 1958.
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Arendt, Hannah. Entre el pasado y el futuro. Península, 1968.

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