La Corrupción: Enfermedad del Alma y del Poder
La Corrupción: Enfermedad del Alma y del Poder
"Texto basado en el documento de Mons. Jorge Mario Bergoglio “Corrupción y pecado”
8/12/2005"
8/12/2005"
La corrupción no nace en los gobiernos, sino en el interior de las personas. Antes de destruir instituciones, corroe la conciencia. Empieza con una pequeña justificación, una ventaja mínima, una mentira aceptada. Poco a poco se vuelve un hábito, una cultura, una forma de vivir donde lo falso se disfraza de éxito y la apariencia reemplaza a la verdad.
El origen interior
Todo sistema corrupto es reflejo de corazones deteriorados. No hay corrupción pública sin corrupción personal. Cuando la mentira se normaliza y la integridad se vuelve ingenuidad, el alma social comienza a enfermar. El corrupto vive de la imagen, no de la verdad. Se acostumbra a engañar y a justificarse, hasta convencerse de que su conducta es normal.
El poder y la máscara
El corrupto domina el arte del disfraz. Habla de valores mientras traiciona principios. Defiende la justicia cuando le conviene, se indigna en público y negocia en privado. Tiene “cara de estampita”: la expresión limpia de quien oculta el engaño. En la política o en la vida cotidiana, su poder depende de mantener las apariencias y fabricar una moral a su medida.
La cultura del engaño
La corrupción se alimenta del silencio cómplice y del “no pasa nada”. Se disfraza de pragmatismo, se apoya en el miedo y en la indiferencia. Llega un punto en que la sociedad se acostumbra a convivir con ella. Entonces la mentira se hace sistema, y la trampa, costumbre. El corrupto necesita cómplices: arrastra a otros, los rebaja a su nivel, los vuelve parte de su sombra.
El olor del triunfo vacío
La corrupción tiene olor a podredumbre, aunque se perfume con éxito. Su ambiente natural es el triunfalismo, esa alegría falsa del que confunde poder con grandeza. El corrupto cree haber ganado, pero ha perdido lo esencial: la confianza, la autenticidad, la paz interior. Vive de su reflejo, sin raíces ni futuro.
El camino de regreso
La corrupción no se combate solo con leyes: se cura con conciencia. Requiere valor para mirar hacia adentro y reconocer dónde comenzó el desvío. La honestidad no es ingenuidad; es fuerza interior, resistencia frente a la decadencia.
Recuperar la integridad es un acto de reconstrucción personal y social. Porque toda renovación verdadera empieza cuando cada uno se atreve a decir, sin excusas ni miedo: “Corrupto, no.”
“Sólo ante Dios o un niño debemos ponernos de rodillas” J.Bergoglio
Documento de Mons. Jorge Mario Bergoglio “Corrupción y pecado”
8/12/2005"

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