Pensar y vivir orgánicamente


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Pensar y vivir orgánicamente
por Felisindo Rodríguez

Vivimos en una época fascinante: la ciencia nos muestra un universo en expansión, lleno de energía, movimiento y vida. Pero al mismo tiempo, esa misma ciencia puede llevarnos a mirar la realidad con ojos fríos, como si todo fuera un gran mecanismo sin alma.

El Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, advirtió este peligro hace más de medio siglo. Llamó a esta forma de ver el mundo “mentalidad mecanicista”, una actitud que fragmenta, separa y termina vaciando de sentido la vida.
Frente a ella, propuso pensar, amar y vivir orgánicamente, es decir, con conciencia de los vínculos que nos unen a Dios, a los demás, a la naturaleza y a nosotros mismos.

Todo está conectado

Pensar orgánicamente es ver que todo está unido.
Nada existe aislado. Ni una estrella, ni un ser humano, ni una idea. Todo forma parte de un tejido de relaciones que da vida al universo.

Lo contrario, la visión mecanicista, entiende el mundo como una máquina: exacta, previsible, pero sin interioridad. En esa mirada se pierde la experiencia de que detrás de cada proceso hay un sentido, un pulso vital.

Kentenich veía en esta pérdida un drama espiritual.
Cuando el hombre se desconecta de los vínculos esenciales —con Dios, con los otros, con la creación— se vuelve inorgánico, vacío, incapaz de percibir el misterio.
La mente mecanicista busca dominar, controlar y explicar todo; la mente orgánica busca comprender, integrar y servir.

Por eso él insistía: la idea debe unirse a la vida.
No basta con conocer, hay que transformar lo que se conoce en experiencia, en relación, en entrega.

El universo como organismo

Si miramos el universo desde esta perspectiva, descubrimos que también él es un organismo vivo.
No es una máquina que gira por inercia, sino una red dinámica donde todo se influye, y así como nosotros nacemos, crecemos y morimos, igualmente las estrellas y todos los astros del universo, también lo hacen.
Como el cuerpo humano no puede entenderse si se lo desarma, el cosmos tampoco puede comprenderse si se lo reduce a partes aisladas, sin entender el todo.

El Padre Kentenich afirmaba que la mentalidad orgánica “capta la relación entre lo natural y lo sobrenatural de una forma armónica”.
Eso significa que lo divino no está fuera del mundo, sino latiendo en él.
Cada vínculo, cada descubrimiento, cada gesto de amor o de pensamiento verdadero nos conecta con el todo y con su creador.

Vivir así es vivir reconciliados: con la materia, con la historia, con los demás, con uno mismo, y con Dios
Es reconocer que la creación no es una máquina que se desgasta, sino un cuerpo que se desarrolla y crece con sentido.

Unidad entre conocimiento y amor

La visión orgánica no niega la ciencia: la completa.
Nos recuerda que conocer no es solo medir, sino también amar, unir, cuidar.
El verdadero progreso no está en dominar la naturaleza, sino en participar de ella conscientemente.

Y la verdadera espiritualidad no se aleja del mundo, sino que lo habita, lo honra y lo transforma desde dentro.

El Padre Kentenich soñaba con hombres y mujeres capaces de vivir así: profundamente humanos, profundamente unidos, profundamente libres.
Porque cuando el pensamiento se hace orgánico, la vida se vuelve más real.
Y cuando la vida se hace orgánica, el universo y Dios mismo parecen respirar con nosotros.

20/10/2025



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