Con los niños NO!!!!
"Un espacio para pensar sin limites"
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"Las sociedades sobreviven cuando su legislación acompaña la verdad del ser humano, no cuando pretende reinventarlo."
Abstract
Esta entrada analiza cómo algunas leyes actuales están afectando a los niños y a la vida humana al separarse de la biología, el sentido común y la conciencia moral. Se revisan casos como la hormonización infantil, el alquiler de vientres y el aborto sin límites, mostrando sus riesgos y consecuencias sociales. El texto propone volver a un criterio básico: proteger la vida, respetar la conciencia y cuidar lo humano antes que cualquier ideología.
Introducción
Vivimos un tiempo donde la técnica avanza más rápido que la reflexión, y donde la política —urgida por mayorías circunstanciales, lobbies poderosos o ideologías fugaces— legisla a menudo sobre lo más delicado: la vida humana, el cuerpo, la infancia y la conciencia. No es la primera vez que la historia enfrenta este dilema: ya hubo épocas donde la ley fue usada para justificar lo injustificable. Pero lo particular de nuestro presente es que los desvíos se presentan como progresos, y lo que siempre fue considerado un límite inherente a la dignidad humana hoy se discute como si fuera una preferencia cultural.
Esta entrada busca iluminar —desde la biología, la antropología, la teología moral y la libertad de conciencia— por qué ciertos caminos sociales están generando fracturas profundas, no sólo doctrinales o morales, sino también de orden natural.
1. La vida humana como realidad previa a cualquier Parlamento
La primera condición para pensar con claridad es distinguir “derecho” de “deseo”. Un deseo es subjetivo; un derecho exige universalidad. La vida humana —desde su inicio— cumple esa condición no porque lo vote una mayoría, sino porque es un organismo con identidad biológica propia, continuidad en su desarrollo y necesidad absoluta de protección.
Cuando una ley proclama que la eliminación del individuo en gestación es un “derecho”, lo que está haciendo no es crear justicia, sino alterar el lenguaje de la realidad. Es un retorno a la vieja tentación del poder absoluto: decidir quién puede existir.
Y aquí aparece un punto clave en tu visión: la vida no es un bien que se administra; es un bien que se recibe y se custodia. La política está para proteger lo que es más vulnerable, no para racionalizar su descarte.
2. El niño: sujeto de derechos, no objeto de proyectos adultos
La cultura contemporánea ha puesto en tensión esta verdad elemental: el niño es fin, no medio.
a) Hormonización infantil
Desde el punto de vista biológico, el cuerpo de un niño está en pleno despliegue endocrino, neurológico y psicológico. Introducir bloqueadores hormonales o terapias de transición antes de que el cerebro alcance madurez —que no sucede antes de los 22–25 años— implica intervenir sobre circuitos que aún no han establecido patrones definitivos.
La evidencia científica actual muestra:
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riesgos sobre densidad ósea,
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ausencia de estudios longitudinales sólidos.
Muchos países que iniciaron estas políticas hoy están retrocediendo. No por motivos doctrinales, sino por datos. Cuando la ley rompe con la biología, no hay ideología que pueda sostener el costo humano.
b) Alquiler de vientres
Biológicamente, el embarazo no es una simple “gestación de un producto”: es un proceso relacional, inmunológico, epigenético y emocional. La madre y el niño comparten señales hormonales, estados afectivos, microquimerismo y regulación mutua.
Convertir esa relación en un contrato comercial supone objetivar al niño y convertir el cuerpo femenino en plataforma de producción. El vínculo originario —que ninguna tecnología puede borrar— se transforma en mercancía. Lo que se pierde no es sólo un vínculo humano: es un orden moral que ninguna sociedad puede vulnerar sin consecuencias éticas y psicológicas a largo plazo.
c) Aborto sin límites
Las sociedades que relativizan la vida inicial terminan inevitablemente relativizando otras formas de vida vulnerable. La biología es clara: existe un organismo humano distinto de la madre, con código genético propio y continuidad vital.
El debate no es científico; es moral.
Y cuando la ley niega esa evidencia para tranquilizar conciencias, nace un vacío que erosiona la cultura del cuidado.
3. El orden natural como brújula moral y científica
El término “orden natural” no es una construcción teológica abstracta. Es la constatación de que el cuerpo humano tiene una estructura, un dinamismo y un propósito que pueden ser observados sin recurrir a dogmas.
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La complementariedad sexual es un hecho biológico.
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La gestación es un vínculo de reciprocidad y entrega.
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La infancia requiere protección, no decisiones irreversibles.
El cristianismo no parte de imposiciones externas: parte de la realidad creada. Si algo está inscrito en la naturaleza —en su diseño, en su dinámica, en su equilibrio— la ley humana debe respetarlo o termina generando violencia estructural.
4. La libertad de conciencia: último refugio de la humanidad
Cuando la ley obliga a profesionales de la salud, educadores o instituciones a actuar contra su conciencia, estamos ante un fenómeno peligroso: la sustitución del discernimiento moral por la obediencia ideológica.
Las mayorías no determinan la verdad moral.
La conciencia —personal y comunitaria— tiene un rango superior a cualquier decreto. Es lo que sostuvo a quienes resistieron totalitarismos, genocidios o prácticas sociales legitimadas por el poder del momento.
Hoy, en varios países, la objeción de conciencia es vista como amenaza. Pero una sociedad que teme a las conciencias libres se encamina a la homogeneidad moral forzada. En España por ejemplo se pretende hacer listas negras de medicos objetadores.
La ley debe proteger la conciencia, no domesticarla.
5. Consecuencias sociales de estos desvíos
Los síntomas ya se ven:
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pérdida de confianza en las instituciones,
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aumento de la medicalización del malestar,
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fragmentación de la identidad,
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instrumentalización del niño,
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crisis de sentido y vacío espiritual.
Cada vez que la ley se separa de la vida, la sociedad entra en tensión profunda. No es casual: la ley está para custodiar los bienes esenciales, no para redefinirlos según moda.
Conclusión
La humanidad siempre conservó ciertos valores últimos porque entendió que, si los perdía, perdía la noción de lo humano. Hoy estamos en un cruce de caminos donde la biología, la conciencia y la fe convergen en un mismo llamado: volver a la verdad del ser humano, no como consigna religiosa, sino como fundamento civilizatorio.
Una sociedad se vuelve justa cuando protege la vida, acompaña la fragilidad, respeta la conciencia y ordena la técnica a la dignidad. Cuando legisla contra esos principios, no se vuelve moderna: se vuelve frágil.
Una visión cristiana-científica invita justamente a esto: recuperar un pensamiento que integre razón biológica, responsabilidad moral y horizonte espiritual. Y en ese sentido, esta época —aunque turbulenta— también es una oportunidad para que emerjan voces que recuerden lo esencial: la vida humana no necesita ser redefinida, necesita ser defendida.


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